Tolita: “Antes éramos más ignorantes y ahora somos más egoístas”

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La encuentro sentada frente al telar, en su casa de Los Lajares, bordando redondillas majoreras en la blusa del traje típico de una de sus nietas, a sus 74 años. Carmen Rodríguez, más conocida como Tolita, ha trabajado con el ganado de cabras y en las labores del campo toda su vida, y su esfuerzo personal fue reconocido al ser una de las seis elegidas del mundo rural en Fuerteventura para ser homenajeadas en el Día de las Mujeres Rurales, un acto que se celebró en la Vega del Río Palmas.


Tolita vive en Los Lajares, siempre ha vivido aquí excepto los dos años que pasó de empaquetadora de tomates en Las Palmas. Tenía 12 años cuando su familia decidió  emigrar a Las Palmas porque la vida en Fuerteventura se había convertido en una pesadilla, un sacrificio muy grande del que era necesario escapar. Pero en la isla redonda lo que les esperaba era trabajo y más trabajo, -entonces no se hablaba de prohibir el trabajo infantil, ni de la obligación de escolarizar a los niños-. A los 14 años, la familia decide regresar a Fuerteventura para no volver a abandonar la isla. 

“Con los ahorros del primer año pudimos comprar un ropero, dice Tolita, y con los del segundo, una majalula (camella nuevita), un vestido y unos zapatitos que nos duraban un montón”.



¿Crisis? ¿What crisis?
Se ríe cuando le dicen que ahora hay crisis, más que nada porque ella sabe bien lo que significa cenar unos cuantos tunos recién cogidos con un poco de gofio, cuando lo había, cuando no, “íbamos a lavar cosco (hierba) a El Cotillo hasta que sacábamos unas semillitas muy finas con las que fabricábamos el gofio”.

De la vida de antes “echo de menos la convivencia con la familia, a pesar de que la vida era muy dura, éramos las mujeres las que trabajábamos, no había lavadora y había que lavar pañales y bañar a los niños en una palangana. El fuego era de leña y el piso de tierra, pero si se mataba a un cochino se invitaba a todo el pueblo”, recuerda con añoranza. “Hoy, estamos más alejados unos de otros”.

Con cinco hijos, antes se pasaban muchos trabajos”, dice Tolita, a los que se unieron su suegro, su padre y su hermano, una vez que se quedó viuda. “La vida era más trabajosa pero más familiar. Antes, éramos más ignorantes y ahora somos más egoístas”, asegura.

Con este panorama familiar y ante la falta de tiempo para cuidar de los animales, Tolita decide vender gran parte del ganado de cabras,-se quedó con 40 animales-, e invirtió en dos apartamentos para disponer de alguna renta. Luego, “me saqué el carnet de conducir en un mes”, recuerda.

“La primera compra que realicé fue un furgón para ir a vender por las fiestas y sacar un dinerito”, explica con una sonrisa en los labios.

Y Tolita, que es partidaria de que nunca se debe de tirar la toalla,  se siente orgullosa de que todos sus hijos hayan buscado camino y sean trabajadores y honrados aunque no estudiaran una carrera. La juventud de ahora no la cambiaría por la de antes, a pesar de que reconoce que “antes había demasiada sujeción y hoy hay demasiada soltura”.

La ganadera ha vuelto a recuperar los animales que una vez se vio obligada a vender: ahora tiene más de 30 cabras y más de 100 ovejas, pero “cercadas en el corral, y  no como antes, sueltas”, matiza, para seguir haciendo queso. Las labores del campo y de la casa sigue realizándolas con diligencia, y en los ratos libre, borda.